El quinto planeta era muy extraño. Era el más pequeño de todos. Había apenas lugar para alojar un farol y un farolero. El principito no lograba explicarse para qué podían servir, en medio del cielo, en un planeta sin casa ni población, un farol y un farolero.
Al llegar el Principito saludó respetuosamente al farolero: -¡Buenos días!
¿Por qué acabas de apagar tu farol?
-Es la consigna -respondió el farolero-.
¡Buenos días!
-¿Y qué es la consigna?
-Apagar mi farol.
¡Buenas noches! Y encendió el farol.
-¿Y por qué acabas de encenderlo nuevamente?
-Es la consigna.
-No lo comprendo -dijo el principito.
-No hay nada que comprender -dijo el farolero-. La consigna es la consigna.
¡Buenos días! Y apagó su farol. Luego se secó la frente con un pañuelo de cuadros rojos. -Mi trabajo es algo terrible. En otros tiempos era razonable; apagaba el farol por la mañana y lo encendía por la tarde. Tenía el resto del día para reposar y el resto de la noche para dormir.
-¿Y después la consigna cambió?
-Ese es el drama, que la consigna no ha cambiado
-dijo el farolero-.
El planeta gira cada vez más de prisa de año en año y la consigna sigue siendo la misma.
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